Pacino y su misión ministérica en ‘Pulp Fiction’

– Póngame una Big Kahuna- pidió Jules.
– Que sean dos- dijo Vincent despreocupadamente.
– ¡Tres!- exclamó Pacino.

Realmente, Pacino no tenía demasiado apetito, pero no podía quedar como un blandengue ante sus nuevos compañeros americanos. Le había llevado más de un año aprender a hablar inglés de un modo aceptable, pero la ocasión lo requería. ¿Quién le iba a decir que iba a acabar trabajando para Asuntos Temporales de EEUU, el departamento de la CIA encargado de los viajes en el tiempo? Era algo así como su antiguo curro, el Ministerio del Tiempo, pero versión yanqui. Y, desde luego, sus funcionarios no tenían nada que ver con Amelia y Alonso.

De repente, una preciosa camarera rubia de rostro ovalado se acercó a su mesa cargada de hamburguesas, patatas fritas y batidos de chocolate y vainilla. En cualquier otra circunstancia, los ojos de Pacino se habrían perdido en el entallado uniforme rosa chicle de la camarera, pero las Big Kahuna Burgers eran demasiado apetecibles y… grandes.

– Vamos, tío, ¿a qué esperas?- le sobresaltó Vincent Vega, que ya tenía la boca llena de hamburguesa.
Pacino no se lo pensó y le hincó el diente a su hamburguesa, ignorando la mirada recelosa de Jules Winnfield. Él podía con eso y más. Después de todo, era español.

Su primera misión con aquel curioso par de chalados era sencilla. Simplemente tenían que evitar que Mia Wallace engañara a su marido, el famoso gángster Marsellus Wallace, con otro tipo. En caso de que Mia conociese esa noche al galán en cuestión, un tal Tony Manero, y bailase con él en Jack Rabbit Slim’s, comenzaría un romance a espaldas de Marsellus, que se acabaría enterando (un gánster siempre se entera de todo) y no dudaría en asesinar a todos los familiares y amigos del amante de su esposa, pudiendo alterar así la Historia del crimen de Estados Unidos.

Por fin llega la noche y las luces de neón del Jack Rabbit Slim´s invitan a entrar a todo aquel con sed de Coca Cola, zumo de arándanos y rock and roll. Jules, Vincent y Pacino se sientan en la barra, buscando con la mirada a su objetivo. No les cuesta demasiado trabajo dar con ella. Mia es una mujer sencilla e impresionante a la vez. Está en una mesa, sola, jugueteando con un mechón de su corta melena oscura. Sus labios perfilados sorben distraídamente el enorme milkshake que ha pedido. “Normal que el tal Marsellus siempre esté celoso”, pensó Pacino admirado. No puede dejar de mirar a esa excéntrica pero extraordinaria mujer. Sin previo aviso, las puertas del local se abren y entra Tony Manero, contoneando con gracia sus acampanados pantalones blancos y luciendo el tupé más fantástico que Pacino había visto jamás. “Está buscándola”, murmura Jules malhumorado, “Se va a sentar con ella. Ya sabéis qué es lo que hay que hacer”. Pero no, Pacino no tenía ni idea de qué había que hacer. Vincent y Jules se remangaron sus ajados trajes y, entonces, Pacino lo comprendió todo: pretendían darle una paliza al chulo de Tony Manero antes de que se sentara con Mia. “Cómo os las gastáis aquí, ¿no? En España trabajamos de otra manera”, les corta Pacino. Vincent y Jules le miran como si fuera idiota. “Se me ocurre una forma mejor de borrar del mapa a este bailarín idiota”, continúa. E, increíblemente, Jules y Vincent deciden escuchar su idea.

Vincent Vega no había pasado tanta vergüenza en su vida. ¿Qué demonios estaba haciendo descalzo en la pista de baile del Jack Rabbit Slim´s junto a Mia Wallace? “Hay algo más efectivo que la violencia”, le había dicho el tal Pacino con su extraño acento, “Si no puedes con tu enemigo, únete a él”. Y eso estaba haciendo Vincent, impedir que Mia pasara la noche con Tony Manero haciéndose su amigo. Empieza a sonar ‘You never can tell’ de Chuck Berry. “Maldito Pacino”, piensa Vincent. Pero, cuando se quiere dar cuenta, está bailando. Pero son las caderas las que se mueven ligeramente y, después, los pies. Se está dejando llevar. Por la música. Por Mia. Mira a Pacino y a Jules, que le sonríen desde la barra. Sí, hasta Jules está sonriendo. Han cumplido su misión.

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Espero que os haya gustado este crossover entre ‘El Ministerio del Tiempo’ y la gran ‘Pulp Fiction’ (lo siento, Jorge, sé que he sido muy predecible escogiendo esta opción de tu reto) pero, sobre todo, espero que Pacino vuelva pronto al Ministerio. Gracioso, valiente y cinéfilo, ¿qué más se le puede pedir a un personaje? Los ministéricos paciners te esperamos con los brazos abiertos.

Dicho esto, esta semana vamos a ver cómo Jorge saca el «mostro» que lleva dentro. Como el viernes se estrena en España ‘Victor Frankenstein’, película de Paul McGuigan que se suma a las decenas de versiones cinematográficas sobre el excéntrico científico y su criatura, quiero que Jorge nos deleite con un relato sobre los monstruos clásicos de la literatura y el cine. Desde Drácula y el monstruo de Frankenstein hasta el mismísimo Dorian Gray, ¡tú decides! Elige a uno de ellos o únelos a todos pero, sobre todo, sorpréndenos con una versión diferente (en el formato que quieras) de los monstruos más famosos de la cultura popular.

bye edward norton

Lidia

La misión más secreta del Ministerio del Tiempo

Ayer regresó a nuestra televisión El Ministerio del Tiempo, la esperanza de la ficción española, LA serie en mayúsculas, la alegría de la semana. Y en honor a ella, al reto de Jorge y a todo el fandom ministérico, aquí os dejo un relato sobre mejores viajeros del tiempo después de Marty McFly:

Se mira al espejo y sonríe, pero es una sonrisa fría, una mueca triste e indiferente. Tras acariciar sus enlacados bucles color rubio platino, Marilyn decidió repasarse los labios con su carmín preferido. Esa noche tenían que estar más rojos que nunca. Ella debía estar más bella que nunca. La esperaban miles de flashes a los que saludar y sonreír. Todos comentarían su entallado vestido plateado. La competencia era dura: Liz Taylor, Brigitte Bardott y la elegante Audrey. Había muchísimas mujeres bonitas en el Hollywood de los 50, pero solo ella era la novia de América. Y así tenía que seguir siendo.

Verano del 62. El cuerpo de Marilyn Monroe es encontrado sin vida. Los medios publican que es un suicidio, pero su cadáver presenta marcas de golpes. Surgen decenas de conjeturas, algunas de ellas hasta implican al presidente Kennedy. Todos están desconcertados pero, sobre todo, tristes. Se ha apagado la luz más brillante de Hollywood.

Año 2015. Amelia Folch e Irene Larra conversan en la cafetería del Ministerio del Tiempo. Amelia, como siempre, bebe té. Irene disfruta del intenso sabor de su café solo.

– (…) Sí, Amelia, pero aún te queda por conocer a otras mujeres maravillosas de la Historia. ¿Qué me dices de Marilyn Monroe?
– ¿Marilyn? ¿Quién es? ¿Y de qué época?
– Fue una de las actrices más famosas de los 50. La de la melena rubia y el vestido blanco. Espera, que busco fotos suyas en Internet.

Irene saca su móvil, teclea algo y le enseña a Amelia unas imágenes.

– ¡Es preciosa! Y parece una mujer muy interesante e inteligente.
– Lo era, Amelia. Pero nadie la creía. Todos la amaban y la juzgaban a la vez por ser sexy. Eso a ella la atormentaba y, según dicen, es lo que la llevó al suicidio. Aunque eso lo dicen los que sí se creen que se suicidó, claro…
– ¿Los que creen? ¿Es que no fue así?
– Hay más teorías. Teorías conspiratorias. Asesinato.
– Y tú, Irene… ¿qué crees?

La inocente pregunta de Amelia fue la que desencadenó todo. Irene es tajante y asegura que Marilyn Monroe no se suicidó. Tampoco cree que los hermanos Kennedy estuvieran implicados. Culpa a la mafia mexicana, con la que se rumoreaba que se relacionaba la actriz. Ellos le arrebataron la vida.

Finalmente, Irene y Amelia se ponen en marcha. Tienen las cosas muy claras y no piensan consultar su idea con nadie, ni siquiera con Salvador. Se sienten nerviosas por emprender una misión secreta a espaldas del Ministerio, pero han estado más de una hora hablando sobre Marilyn y creen que es injusto que una gran mujer como ella abandonara el mundo de esa forma tan cruel. No les importa saltarse las normas ni arriesgar su puesto de funcionarias. Van a salvar a Marilyn y nadie puede impedírselo.

– Hay que ver lo bien que te sienta ese peinado, Amelia.
Amelia Folch lleva flequillo y mucha laca. Es toda una joven sesentera. Y es que ni ella ni Irene deben desentonar en pleno agosto de 1962. Ninguna de las dos puede creer que se encuentren en Los Ángeles. Marilyn está a punto de entrar al restaurante donde ha quedado con un colega de la industria del cine. Seguramente hablarán sobre futuros proyectos. Irene y Amelia se miran mientras sorben con fingida indiferencia de sus copas de vino. Y, cuando menos se lo esperan, ella entra. Es aún más imponente que en las fotografías. No hay melena más perfecta y dorada que la suya. Sus curvas, marcadas en un suntuoso vestido de seda negra, parecen hablar por sí solas. Sus ojos están coronados por unas pestañas larguísimas y sus labios albergan la sonrisa más cautivadora del mundo. A Irene el corazón le late a mil por hora.

– Definitivamente, no podemos permitir que muera, Amelia. No podemos.
Marilyn se sienta, besa en la mejilla a su compañero y comienza a hablar animadamente. El camarero se acerca, evidentemente embriagado por su belleza, y apunta lo que los comensales piden para tomar. Alrededor de veinte minutos estuvieron las funcionarias observando a Marilyn. Irene ya no pudo aguantar más.
– Vámonos, Amelia. Tenemos que vigilar el piso porque esta noche es el asesinato. Y debemos impedirlo.

Amelia asiente, se levanta y se marcha junto a su compañera. Al pasar junto a la mesa de Marilyn, Irene no puede evitar acercarse.
– Buenas tardes, señorita Monroe. Solo quería decirle que soy una gran admiradora suya.
Marilyn sonríe y el mundo se para. Abraza y da dos besos a Irene, y después también a Amelia.
– Gracias, gracias y gracias. Me habéis alegrado el día.
La voz de Marilyn es melódica y encantadora. E Irene se jura a sí misma que jamás se apagará.

Es la noche. Amelia e Irene observan el apartamento de Marilyn. Ella está dentro, quizá aseándose y perfumando sus sábanas con unas gotas de Chanel. Están alertas y piensan sorprender al asesino o asesinos de la actriz. Y, por supuesto, le detendrán. No tienen miedo y no les importa lo que pueda pensar Salvador, Julián o Angustias. Pero, entonces, algo palpita en el interior de Amelia. No es que tenga miedo de fallar al Ministerio, sino a la Historia. Marilyn es maravillosa y no merece morir, pero la realidad es que así sucedió. Quién sabe lo que podría pasar si se cambiara el curso de la Historia esa noche… Mira a Irene, consciente de que ella está pensando lo mismo. No pueden ni deben seguir adelante. Deben dejar que el destino siga su camino. Y es que, si Marilyn es un mito, se debe también a su muerte temprana y al vacía que dejó. También sucedió con James Dean, Kurt Cobain y John Lennon. ¿Serviría de algo evitar sus muertes?
– Debemos marcharnos, Irene.
– Lo sé.

Se levantan del banco y, antes de caminar y marcharse al 2015, dirigen una última mirada al edificio. Marilyn se ha asomado a la ventana vestida con una bata blanca. Su sonrisa se aprecia desde lejos. Levanta la mano animadamente a modo de saludo y ellas se lo devuelven. Le quedan apenas unas horas de vida. Ella no sabe que va a morir, pero tampoco que va a ser recordada para siempre. Y eso es lo que precisamente la hace inmortal. Eterna.

marilyn

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¡Viva Irene Larra, viva Amelia Folch, viva Marylin, viva el feminismo y viva el Ministerio! (Si queréis saber más sobre el contenido feminista de esta serie, echad un vistazo aquí).

Y ahora, George Abbot, es tu turno. No sé si has visto el vídeo que une el cine de Alfred Hitchcock con las películas de Stanley Kubrick (si no lo has visto, hazlo YA), pero en eso va a consistir tu reto esta semana. Aunque a los dos nos encante el cine, también adoramos el arte, y esa va a ser la diferencia respecto al vídeo. Por tanto:

– Elige dos obras pictóricas de cualquier autor y época.

– En al menos uno de los cuadros ha de aparecer alguna persona o animal, ya que el requisito es que debe ‘salirse’ de su pintura y entrar en la otra. Vamos, al igual que James Stewart se escapa de ‘La ventana indiscreta’ y se pierde en los escenarios de ‘El resplandor’.

– Hazlo, como mucho, en 355 palabras.

– Haznos reír, llorar o lo que te dé la gana. Pero que sintamos deseos de disfrutar del arte.

¡Hasta la próxima!

Lidia