Ayer regresó a nuestra televisión El Ministerio del Tiempo, la esperanza de la ficción española, LA serie en mayúsculas, la alegría de la semana. Y en honor a ella, al reto de Jorge y a todo el fandom ministérico, aquí os dejo un relato sobre mejores viajeros del tiempo después de Marty McFly:
Se mira al espejo y sonríe, pero es una sonrisa fría, una mueca triste e indiferente. Tras acariciar sus enlacados bucles color rubio platino, Marilyn decidió repasarse los labios con su carmín preferido. Esa noche tenían que estar más rojos que nunca. Ella debía estar más bella que nunca. La esperaban miles de flashes a los que saludar y sonreír. Todos comentarían su entallado vestido plateado. La competencia era dura: Liz Taylor, Brigitte Bardott y la elegante Audrey. Había muchísimas mujeres bonitas en el Hollywood de los 50, pero solo ella era la novia de América. Y así tenía que seguir siendo.
Verano del 62. El cuerpo de Marilyn Monroe es encontrado sin vida. Los medios publican que es un suicidio, pero su cadáver presenta marcas de golpes. Surgen decenas de conjeturas, algunas de ellas hasta implican al presidente Kennedy. Todos están desconcertados pero, sobre todo, tristes. Se ha apagado la luz más brillante de Hollywood.
Año 2015. Amelia Folch e Irene Larra conversan en la cafetería del Ministerio del Tiempo. Amelia, como siempre, bebe té. Irene disfruta del intenso sabor de su café solo.
– (…) Sí, Amelia, pero aún te queda por conocer a otras mujeres maravillosas de la Historia. ¿Qué me dices de Marilyn Monroe?
– ¿Marilyn? ¿Quién es? ¿Y de qué época?
– Fue una de las actrices más famosas de los 50. La de la melena rubia y el vestido blanco. Espera, que busco fotos suyas en Internet.
Irene saca su móvil, teclea algo y le enseña a Amelia unas imágenes.
– ¡Es preciosa! Y parece una mujer muy interesante e inteligente.
– Lo era, Amelia. Pero nadie la creía. Todos la amaban y la juzgaban a la vez por ser sexy. Eso a ella la atormentaba y, según dicen, es lo que la llevó al suicidio. Aunque eso lo dicen los que sí se creen que se suicidó, claro…
– ¿Los que creen? ¿Es que no fue así?
– Hay más teorías. Teorías conspiratorias. Asesinato.
– Y tú, Irene… ¿qué crees?
La inocente pregunta de Amelia fue la que desencadenó todo. Irene es tajante y asegura que Marilyn Monroe no se suicidó. Tampoco cree que los hermanos Kennedy estuvieran implicados. Culpa a la mafia mexicana, con la que se rumoreaba que se relacionaba la actriz. Ellos le arrebataron la vida.
Finalmente, Irene y Amelia se ponen en marcha. Tienen las cosas muy claras y no piensan consultar su idea con nadie, ni siquiera con Salvador. Se sienten nerviosas por emprender una misión secreta a espaldas del Ministerio, pero han estado más de una hora hablando sobre Marilyn y creen que es injusto que una gran mujer como ella abandonara el mundo de esa forma tan cruel. No les importa saltarse las normas ni arriesgar su puesto de funcionarias. Van a salvar a Marilyn y nadie puede impedírselo.
– Hay que ver lo bien que te sienta ese peinado, Amelia.
Amelia Folch lleva flequillo y mucha laca. Es toda una joven sesentera. Y es que ni ella ni Irene deben desentonar en pleno agosto de 1962. Ninguna de las dos puede creer que se encuentren en Los Ángeles. Marilyn está a punto de entrar al restaurante donde ha quedado con un colega de la industria del cine. Seguramente hablarán sobre futuros proyectos. Irene y Amelia se miran mientras sorben con fingida indiferencia de sus copas de vino. Y, cuando menos se lo esperan, ella entra. Es aún más imponente que en las fotografías. No hay melena más perfecta y dorada que la suya. Sus curvas, marcadas en un suntuoso vestido de seda negra, parecen hablar por sí solas. Sus ojos están coronados por unas pestañas larguísimas y sus labios albergan la sonrisa más cautivadora del mundo. A Irene el corazón le late a mil por hora.
– Definitivamente, no podemos permitir que muera, Amelia. No podemos.
Marilyn se sienta, besa en la mejilla a su compañero y comienza a hablar animadamente. El camarero se acerca, evidentemente embriagado por su belleza, y apunta lo que los comensales piden para tomar. Alrededor de veinte minutos estuvieron las funcionarias observando a Marilyn. Irene ya no pudo aguantar más.
– Vámonos, Amelia. Tenemos que vigilar el piso porque esta noche es el asesinato. Y debemos impedirlo.
Amelia asiente, se levanta y se marcha junto a su compañera. Al pasar junto a la mesa de Marilyn, Irene no puede evitar acercarse.
– Buenas tardes, señorita Monroe. Solo quería decirle que soy una gran admiradora suya.
Marilyn sonríe y el mundo se para. Abraza y da dos besos a Irene, y después también a Amelia.
– Gracias, gracias y gracias. Me habéis alegrado el día.
La voz de Marilyn es melódica y encantadora. E Irene se jura a sí misma que jamás se apagará.
Es la noche. Amelia e Irene observan el apartamento de Marilyn. Ella está dentro, quizá aseándose y perfumando sus sábanas con unas gotas de Chanel. Están alertas y piensan sorprender al asesino o asesinos de la actriz. Y, por supuesto, le detendrán. No tienen miedo y no les importa lo que pueda pensar Salvador, Julián o Angustias. Pero, entonces, algo palpita en el interior de Amelia. No es que tenga miedo de fallar al Ministerio, sino a la Historia. Marilyn es maravillosa y no merece morir, pero la realidad es que así sucedió. Quién sabe lo que podría pasar si se cambiara el curso de la Historia esa noche… Mira a Irene, consciente de que ella está pensando lo mismo. No pueden ni deben seguir adelante. Deben dejar que el destino siga su camino. Y es que, si Marilyn es un mito, se debe también a su muerte temprana y al vacía que dejó. También sucedió con James Dean, Kurt Cobain y John Lennon. ¿Serviría de algo evitar sus muertes?
– Debemos marcharnos, Irene.
– Lo sé.
Se levantan del banco y, antes de caminar y marcharse al 2015, dirigen una última mirada al edificio. Marilyn se ha asomado a la ventana vestida con una bata blanca. Su sonrisa se aprecia desde lejos. Levanta la mano animadamente a modo de saludo y ellas se lo devuelven. Le quedan apenas unas horas de vida. Ella no sabe que va a morir, pero tampoco que va a ser recordada para siempre. Y eso es lo que precisamente la hace inmortal. Eterna.
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¡Viva Irene Larra, viva Amelia Folch, viva Marylin, viva el feminismo y viva el Ministerio! (Si queréis saber más sobre el contenido feminista de esta serie, echad un vistazo aquí).
Y ahora, George Abbot, es tu turno. No sé si has visto el vídeo que une el cine de Alfred Hitchcock con las películas de Stanley Kubrick (si no lo has visto, hazlo YA), pero en eso va a consistir tu reto esta semana. Aunque a los dos nos encante el cine, también adoramos el arte, y esa va a ser la diferencia respecto al vídeo. Por tanto:
– Elige dos obras pictóricas de cualquier autor y época.
– En al menos uno de los cuadros ha de aparecer alguna persona o animal, ya que el requisito es que debe ‘salirse’ de su pintura y entrar en la otra. Vamos, al igual que James Stewart se escapa de ‘La ventana indiscreta’ y se pierde en los escenarios de ‘El resplandor’.
– Hazlo, como mucho, en 355 palabras.
– Haznos reír, llorar o lo que te dé la gana. Pero que sintamos deseos de disfrutar del arte.
¡Hasta la próxima!
Lidia