Os aviso de que el relato de hoy es un pelín más largo que de costumbre, pero es que my dear Jorge me encargó escribir una historia de amor ambientada en Madrid y yo soy más romántica de lo que parece…
Te debo mucho, Madrid
Adoro Madrid. Siempre lo he hecho, pero cada día me sorprende con cosas nuevas. Madrid me ha visto crecer, soñar y… conocerle. Te debo mucho, Madrid.
Los días grises, las nubes de carbón y las aceras encharcadas habían dejado paso a una primavera de aroma floral que invadía toda la ciudad. Había sustituido mis desgastados vaqueros y mis Converse por shorts y sandalias. Estaba preparada para recibir al calor y, tras recoger mi alborotada melena rubia en una cola de caballo, me dirigí hacia la Puerta del Sol, donde había quedado con Diego, mi novio. Con su inseparable polo, Diego es el chico más elegante que podréis encontrar. Estudia Ingeniería Naval, nadie le gana al ajedrez y sus padres tienen un yate. Perfecto, ¿no? Le conocí hace un par de años en una fiesta que celebró una amiga y desde el principio nos gustamos. A mis padres también les gustó y siempre que hablan de él lo definen como “un chico muy centrado y con futuro”. Sí, sin duda es un chico muy prometedor y creo que podemos ser muy felices juntos. La cuestión es que el invierno había emigrado de Madrid e iba a celebrarlo junto a él, como de costumbre. No tardó demasiado en llegar a nuestra cita, puesto que nunca desobedece a su Rolex y llega puntual a todos los sitios. Y, tras un beso en los labios, por fin comenzamos nuestro paseo por las calles madrileñas que tanto me enamoran.
Mientras atravesábamos Gran Vía, yo le contaba a Diego mil historias acerca de sus imponentes edificios y las majestuosas cariátides que los sostenían. Le explicaba cuánto me maravillaban las esculturas de dioses que rozaban el cielo y los secretos de la gente tan diferente que se perdía por Madrid. “¿No te parece precioso el edificio de Correos, Diego? La gente se hace fotos frente a él sin fijarse ni un minuto en su grandeza”, le decía mientras miraba extasiada todo lo que me rodeaba. Y es que, aunque llevo toda la vida viviendo en esta ciudad, nunca me canso de observar todos sus recovecos y de imaginar mil historias que quizá hayan podido acontecer sobre el suelo de granito que en ese momento estaban pisando nuestros pies. Sin embargo -y como de costumbre-, Diego estaba ensimismado admirando su reflejo en los escaparates o jugando con su móvil de última generación. No pude evitar reír para mí misma: Diego nunca cambiaría.
Con las manos entrelazadas y paso tranquilo, mi novio y yo llegamos a aquel punto en el que los rascacielos dejan paso a un verde paraíso: El Retiro. La exuberante vegetación nos saludaba y un ambiente lleno de vida nos daba la bienvenida. Había adormilados lectores tumbados en la hierba, traviesos niños que jugaban en las fuentes, ágiles patinadores que nos llamaban con su danza y parejas de ancianos que se juraban su amor con sus arrugadas miradas.
Por fin llegamos a un sitio ideal para sentarnos a descansar: hierba verde y suave, un gran roble regalando su sombra y unas vistas espectaculares del icónico lago. Diego se tumbó sobre la mullida hierba y acabó durmiendo entre algún que otro ronquido. Mientras, yo observaba los paseos en barca de amigos y enamorados. Como siempre, estaba soñando despierta con la mirada perdida, hasta que mis ojos frenaron en el arenoso camino que rodea el lago. Por primera vez, le vi a él. Sus ojos color miel brillaban tras una máscara de mimo. Sus manos fabricaban los globos con las formas más bonitas que jamás había visto. Su sonrisa deslumbraba a los niños que se reían con sus chistes. Nunca había visto un joven igual, de eso no cabía duda. Estaba completamente ensimismada, como si fuera uno de esos niños ansiosos por ver trucos de magia y globos de formas imposibles. Y, entonces, me miró. Nuestros ojos se encontraron durante apenas unos segundos que me parecieron horas. Me apresuré a apartar la vista y tumbarme junto a Diego, intentando dejar a un lado aquel cosquilleo de mi estómago…
Por fin, Diego se despertó y estuvo desperezándose durante un rato, pero yo no podía dejar de pensar en el mimo. Ya se había marchado, pero era incapaz quitarme de la cabeza la forma ovalada de su rostro. Su mirada era magnética y todavía quedaba parte de ese magnetismo flotando en el aire y en mi interior. Nunca había sentido nada parecido, ni siquiera al observar las construcciones que crecían como majestuosos árboles de las calles empedradas de mi Madrid.
La primavera transcurría, y cada día Diego y yo hacíamos el mismo recorrido. Nos perdíamos entre el tráfico de la ciudad para descansar de la caminata entre las flores de El Retiro. Diego se sumía en su sueño mientras yo observaba a aquel mimo y fabricante de sonrisas. A veces, me devolvía la mirada, que parecía entre curiosa y alegre. Yo solía agachar la cabeza con timidez, pero en el fondo me sentía la chica más dichosa del mundo. El parque era un lugar más luminoso y feliz cuando él llegaba y charlaba con los más pequeños. Y, precisamente, yo me sentía así, como una niña pequeña que observaba la película más maravillosa del mundo. Para mí era eso, como una película, un fragmento de un sueño que revivía cada día en secreto. Cada vez que llegábamos, yo insistía en asentarnos en el mismo lugar de siempre y no respiraba tranquila hasta que no le veía llegar. Sabía que jamás me iba a cansar de ese pasatiempo.
21 de junio. El verano saludaba a la ciudad. Como todos los días, acudí a mi cita con el lago y sus historias. Estaba nerviosa, pues esa vez sería diferente. Ni siquiera me fijé en las azoteas de los rascacielos y lo único que mis ojos veían eran mis zapatillas, que pisaban la acera nerviosas y poco decididas. Por fin llegué a mi destino y atravesé las grandes puertas de hierro grisáceo con un familiar hormigueo en el estómago. Los arbustos nunca habían lucido tan verdes y bellos y yo nunca había estado tan excitada. Para empezar, esta vez iba sola. Había dejado a Diego hacía apenas unos días y todo se me hacía muy raro y diferente, pero también esperanzador. Había acudido a mi cita casi con total normalidad, aunque no me sentaría en el mismo sitio de siempre.
Caminé por el arenoso sendero y llegué al rincón que tanto conocía. Por supuesto, él estaba allí. Me situé a unos metros del mimo de la dulce sonrisa, que en ese momento dedicaba unas muecas burlonas a unos gemelos pelirrojos que se reían a carcajadas. Sonreí para mis adentros, feliz de poder observarlo una vez más sin perder detalles al movimiento de sus manos y facciones. Sin ni siquiera esperarlo, él levantó la mirada y, antes de que yo bajara la mía, me hizo un gesto para que me acercara. Traté de pensar con claridad durante unos segundos. ¿Qué debía hacer? ¿No había acudido precisamente para eso? Con el corazón a mil por hora, finalmente me dirigí hacia él. Tenía un nudo en la garganta y muchas cosas qué decir a aquel desconocido que yo conocía tanto. Pero no hizo falta decir nada. El mimo me tomó la mano mientras sonreía y posó sobre ella una flor. Bueno, en realidad era un globo color rojo intenso en forma de rosa. Y al mirar sus ojos, supe que había tomado la decisión correcta cortando con mi pasado y dejándome llevar por mis impulsos. Él también me había observado todos esos días. Él también sentía lo mismo. Él también había imaginado mil historias con una desconocida. Él también se había dejado llevar por la magia de la ciudad. Te debo mucho, Madrid.
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Espero que os haya gustado y que no hayáis vomitado demasiado arco iris. No, en serio, enamorarse puede ser increíble, y más si sucede en una ciudad como mi Madrid (¡olé!). Dicho esto, ahora soy yo la que pone las normas, así que… toma nota, Jorge.
Esta semana quiero que volvamos a hablar sobre cine (qué raro, ¿no?) y que escribas un relato (límite 400 palabras) inspirado en el estilo de UNO de estos grandes directores:
– Alfred Hitchcock
Fue un maestro del suspense y conquistó Hollywood con el encanto de sus musas, deslumbrantes divas como Tippi Hedren y Grace Kelly. ¿Y si te marcas un ‘La ventana indiscreta’?
– Alejandro G. Iñárritu
Lo mismo te hace un drama helado como ‘The Revenant’ como una ácida sátira sobre el mundo del cine como ‘Birdman’. En lo que sus películas coinciden es en la preocupación por la estética y por el realismo, por hacer sentir partícipe al espectador mediante el uso de técnicas como el plano secuencia. Si te atreves con una historia más bien intensita…
– Woody Allen
Las pelis de Woody Allen siempre dan hambre y ganas de viajar. ¿Tu relato también lo conseguiría?
P.D: Se me olvidaba otro requisito del reto. A riesgo de ser llamada egocéntrica, en tu relato tengo que aparecer yo. Sí, y tú también. Aunque sea como personajes secundarios, pero ahí tenemos que estar bajo las órdenes de uno de los grandes.
Hasta pronto.
Lidia