Eli Lidia Fuengirola II

La semana pasada, Jorge nos sorprendió con un relato al más puro estilo Woody Allen, inspirándose en la película ‘Vicky Cristina Barcelona’. Si os quedasteis con ganas de saber cómo continúa esta historia protagonizada por my friend Elisabet y yo (y con una aparición estelar del propio Jorge), no os vayáis y contadme qué os parece la segunda parte.

Eso sí, leed antes la primera si aún no lo habéis hecho→ Eli Lidia Fuengirola I

¡Allá va!

Eli Lidia Fuengirola II

A Lidia y a mí nos encantaba viajar porque viajar implica descubrir lugares nuevos y comer. Sí, las dos somos de buen comer, aunque su paladar se ha quedado anclado en la adolescencia y tengo que insistir mucho para conseguir que coma algo de verdura. No obstante, ese día habíamos optado por una deliciosa mariscada frente a la playa. Nuestras vacaciones en Fuengirola estaban siendo estupendas y no había nada que pudiera acabar con nuestra diversión. Nada excepto un rubio cincuentón de acento germano, claro.

No sé cómo Lidia pudo ser tan insensata. Ella, feminista apasionada que odiaba los piropos superficiales, se dejó atrapar por las directas y estudiadas palabras de ese estúpido alemán. Mucho Benedetti había leído, me parece a mí. En cualquier caso, la cuestión es que Lidia quedó para cenar con aquel desconocido, el tal Günther de pacotilla. ¡Pero si tiene nombre de marca de neumáticos! A lo largo de la tarde, traté de convencerla para que no acudiera a la cita, pero fue en vano. De hecho, después de esa noche no volví a saber nada de ella. La llamé preocupada, pero no contestó. Simplemente me envió un mensaje con un muñeco ñoño de esos que sonríen, como para confirmarme que no estaba muerta en una cuneta. Con eso me bastó. Era mayorcita y yo no era nadie para vigilarla. Ya volvería a mí llorando con el corazón roto, ya…

Y allí estaba yo, sola en Fuengirola (juro que no he preparado esta rima) y sin saber en qué invertir mi tiempo. ¿Y si me dejaba de tonterías y volvía a Madrid? Lo medité durante unos minutos, pero acabé descartando esa idea. Después de todo, tenía el hotel pagado y muchas ganas de seguir disfrutando del clima soleado y de la cerveza de los chiringuitos. Sí, me iba a quedar. ¿Quién dice que una no puede divertirse sola?

Paella. Vino tinto. Calamares en su tinta. Parrillada. Gaseosa. Sopa de pescado. Ensalada de pollo. Limonada. Solomillo con salsa pimienta. Zumo de coco. Patatas bravas. Jamón serrano. Helado de chocolate y menta. Macedonia. Batido de frutas del bosque. Los días transcurrían deprisa mientras mis papilas gustativas saboreaban Fuengirola. Mis manos también tuvieron lo suyo. Primero fue Javier, un divertido malagueño de piel tostada que me llevó a conocer los lugares más bonitos de la localidad, como el castillo Sohail y la playa de los Boliches. Después llegó Pablo, madrileño de barba oscura en busca de aventuras aún más oscuras. Más adelante conocí a Seth, un turista británico de ojos claros que se parecía al actor Michael Fassbender. Y, por último, fue Antón, un gallego que me demostró que no hace falta venir al sur para hacer bien el amor porque en el norte también se apañan muy bien.

¿Qué? ¿Qué es lo que queréis saber? ¿Si acabé con Antón? ¿O si, por el contrario, regresé a los brazos de Seth? ¿Y si en realidad me enamoré del acento andaluz de Javier? Pues siento desilusionaros, pero no me fui con ninguno de ellos. En serio, aunque cueste creerlo, no encontré el amor en Fuengirola. Reí, tuve sexo, disfruté y aprendí de todos ellos, pero no descubrí a mi príncipe azul. Y, ¿sabéis qué? No me importa en absoluto. Porque un final feliz no tiene por qué ser junto a un hombre.

eli fuengirola

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Espero que os haya gustado y, Eli, quiero dejar claro que yo nunca te abandonaría en Fuengirola por un alemán. Ni siquiera por Daniel Brühl.

Gracias por describirme como una amiga cruel, ¿eh, Jorge? Yo no voy a ser tan mala y te voy a encargar un reto muy fácil. Aprovechando tu estancia en la Ciudad Condal, tu reto va a consistir en escribir un relato de extensión libre sobre Barcelona. Eso sí, lo harás desde la mirada del lagarto del Parque Güell. ¿O es una salamandra? Aquí hay más confusión que con los OSOS (que no gatos) del Teatro del Bosque de Móstoles.

Besos de Big Mac.

Lidia

Eli Lidia Fuengirola

Qué atrevida, querida Lidia, cuando el pasado lunes me retaste a escribir un relato basado en el estilo de tan grandes cineastas. Sin embargo, me tuve que decantar por uno: Woody Allen. Y es que, como bien sabes, contradiciendo lo que millones de cinéfilos y gafapastas profesionales piensan, a mí la interpretación de Penélope Cruz en las carnes de una más que loca María Elena en ‘Vicky Cristina Barcelona’ me encantó. Y sí, para mí fue merecedora de Óscar. Por ello, he decidido homenajear a esta película que tan bien me lo hizo pasar en su día, pero siguiendo tus instrucciones. Tu ego puede dormir tranquilo esta noche, porque tú eres una de las protagonistas. Sin embargo, la historia se me quedaba colgada sin otro personaje femenino. Y quién mejor que tu fiel y real amiga Eli, de la que tantas veces me has hablado pero que aún sigo sin conocer, para hacer el hermoso papel de ‘Vicky’.  Y ya puestos, también he cambiado el destino y el contexto, acercándoos un poco al calor de la costa malagueña. ¿Qué os deparará esta historia? Pasen y lean:

Lidia y Eli eran dos jóvenes amigas que vivían en Madrid. Decidieron pasar sus vacaciones de verano en Fuengirola, al sur de España. Llevaban tiempo sin verse, y creyeron que aquella era una bonita forma de mantener la buena relación que siempre habían tenido.

Alquilaron un sencillo apartamento en primera línea de playa. Al fin y al cabo era eso lo que más importaba, estar cerca del mar. Una vez instaladas, decidieron salir a comer, decantándose por una enorme mariscada y dos frescas jarras de sangría en un chiringuito cercano. Ya se encontraban a punto de pagar después de una copiosa comida entre risas y anécdotas, cuando un hombre en sus largos cincuenta se acercó a su mesa. Con un curioso acento alemán y unos perfectos ojos azules clavados en la mirada de Lidia, se atrevió a decir “¿de qué color son tus ojos?”. ”Son verdes” contestó Lidia dejándose llevar por el magnetismo de aquel hombre. “Me llamo Günther, y si me lo permitís, me gustaría invitaros esta noche a mi hotel. Tapearemos por el centro, beberemos sangría y haremos el amor hasta el amanecer”. Eli, sensata, miró con estupefacción a un desconocido y a su parecer desvergonzado viejo verde y, convencida del apoyo de su compañera, rechazó la invitación. Sin embargo, Lidia no estaba del todo segura de no querer seguir sus planes, los que, para sorpresa de Eli, acabó aceptando.

               Aquella noche cenaron, bebieron demasiada sangría y, en efecto, hicieron el amor. Había algo en la mirada de Günther que encandilaba a Lidia. La pasión desenfrenada siguió avivándose con el paso de los días, en los que la joven Lidia acabó instalándose permanentemente en el lujoso hotel del alemán. Todo parecía ir en su curso, cuando una calurosa noche de julio, mientras la pareja disfrutaba en el balcón de la suite, alguien llamó a la puerta. Y cuál fue la sorpresa de Lidia al descubrir que se trataba de Anette, exmujer de Günther, una escultora a la que las malas experiencias en la vida la  habían hecho acabar con su cordura. Anette permanecería allí una temporada. Necesitaba alejarse de la mala vida, y Günther era el único que podía ayudarla. A Lidia no le quedó más remedio que aceptar.

Durante días, Lidia tuvo que soportar el carácter rudo e impertinente de Anette, que, refugiada en su depresión, trataba de recuperar a Günther al precio que fuese. Sin embargo, con el tiempo la una fue acostumbrándose a la presencia de la otra, y poco a poco se fue fraguando lo que parecía el comienzo de una amistad. Habían llegado a un trato sin palabras: estaban dispuestas a compartir a Günther.

Poco a poco fue creándose un vínculo mayor entre Anette y Lidia, que cambiaron sus miradas de odio por gestos de cariño. Y esos gestos de cariño poco a poco se materializaron en la misma pasión que ambas sentían con Gunther. Lidia estaba extrañada, ya que jamás había sentido algo así, pero decidió dejarse llevar por la situación.

Pero, según pasaba el verano en Fuengirola, Lidia fue aceptando que lo que estaba viviendo en aquel hotel no era más que una extraña locura que debía acabar. Por ello, abandonó la suite de Gunther y Anette, y con ella dejó sus recuerdos de aquel verano que jamás sería capaz de olvidar.

Una vez en Madrid, Lidia regresó a su vida alejada del mar. Volvió a su trabajo, impartiendo clases de periodismo institucional en la Universidad Complutense, y retomó contacto con su anterior relación. Y cada tarde, como de costumbre, volvió a disfrutar de los atardeceres otoñales madrileños acompañada de las carcajadas de su amigo Jorge, el único que sabría la verdad de aquel verano.

Vale, pero…¿dónde está tu amiga Eli? ¿No has sido capaz ni de llamarla durante estos días? O sea, pero ¿de qué vas? ¿Tú sabes cómo se ha tenido que sentir la pobre, sin saber de ti durante un verano entero? Vale, espera, no me lo cuentes ahora. Cuéntamelo el próximo lunes, este será tu reto. Tendrás que contar la historia desde los ojos de tu pobre amiga, a la cual has dejado plantada para irte con un alemán desconocido. Deberá ser una historia inventada, alejada de las vivencias de la propia Vicky en el film de Woody Allen.

Por hoy, nada más.

Jorge Abad.

Te debo mucho, Madrid

Os aviso de que el relato de hoy es un pelín más largo que de costumbre, pero es que my dear Jorge me encargó escribir una historia de amor ambientada en Madrid y yo soy más romántica de lo que parece…

Te debo mucho, Madrid

Adoro  Madrid. Siempre lo he hecho, pero cada día me sorprende con cosas nuevas. Madrid me ha visto crecer, soñar y… conocerle. Te debo mucho, Madrid.

Los días grises, las nubes de carbón y las aceras encharcadas habían dejado paso a una primavera de aroma floral que invadía toda la ciudad. Había sustituido mis desgastados vaqueros y mis Converse por shorts y sandalias. Estaba preparada para recibir al calor y, tras recoger mi alborotada melena rubia en una cola de caballo, me dirigí hacia la Puerta del Sol, donde había quedado con Diego, mi novio. Con su inseparable polo, Diego es el chico más elegante que podréis encontrar. Estudia Ingeniería Naval, nadie le gana al ajedrez y sus padres tienen un yate. Perfecto, ¿no? Le conocí hace un par de años en una fiesta que celebró una amiga y desde el principio nos gustamos. A mis padres también les gustó y siempre que hablan de él lo definen como “un chico muy centrado y con futuro”. Sí, sin duda es un chico muy prometedor y creo que podemos ser muy felices juntos. La cuestión es que el invierno había emigrado de Madrid e iba a celebrarlo junto a él, como de costumbre. No tardó demasiado en llegar a nuestra cita, puesto que nunca desobedece a su Rolex y llega puntual a todos los sitios. Y, tras un beso en los labios, por fin comenzamos nuestro paseo por las calles madrileñas que tanto me enamoran.

Mientras atravesábamos Gran Vía, yo le contaba a Diego mil historias acerca de sus imponentes edificios y las majestuosas cariátides que los sostenían. Le explicaba cuánto me maravillaban las esculturas de dioses que rozaban el cielo y los secretos de la gente tan diferente que se perdía por Madrid. “¿No te parece precioso el edificio de Correos, Diego? La gente se hace fotos frente a él sin fijarse ni un minuto en su grandeza”, le decía mientras miraba extasiada todo lo que me rodeaba. Y es que, aunque llevo toda la vida viviendo en esta ciudad, nunca me canso de observar todos sus recovecos y de imaginar mil historias que quizá hayan podido acontecer sobre el suelo de granito que en ese momento estaban pisando nuestros pies. Sin embargo -y como de costumbre-, Diego estaba ensimismado admirando su reflejo en los escaparates o jugando con su móvil de última generación. No pude evitar reír para mí misma: Diego nunca cambiaría.

Con las manos entrelazadas y paso tranquilo, mi novio y yo llegamos a aquel punto en el que los rascacielos dejan paso a un verde paraíso: El Retiro. La exuberante vegetación nos saludaba y un ambiente lleno de vida nos daba la bienvenida. Había adormilados lectores tumbados en la hierba, traviesos niños que jugaban en las fuentes, ágiles patinadores que nos llamaban con su danza y parejas de ancianos que se juraban su amor con sus arrugadas miradas.

Por fin llegamos a un sitio ideal para sentarnos a descansar: hierba verde y suave, un gran roble regalando su sombra y unas vistas espectaculares del icónico lago. Diego se tumbó sobre la mullida hierba y acabó durmiendo entre algún que otro ronquido. Mientras, yo observaba los paseos en barca de amigos y enamorados. Como siempre, estaba soñando despierta con la mirada perdida, hasta que mis ojos frenaron en el arenoso camino que rodea el lago. Por primera vez, le vi a él. Sus ojos color miel brillaban tras una máscara de mimo. Sus manos fabricaban los globos con las formas más bonitas que jamás había visto. Su sonrisa deslumbraba a los niños que se reían con sus chistes. Nunca había visto un joven igual, de eso no cabía duda. Estaba completamente ensimismada, como si fuera uno de esos niños ansiosos por ver trucos de magia y globos de formas imposibles. Y, entonces, me miró. Nuestros ojos se encontraron durante apenas unos segundos que me parecieron horas. Me apresuré a apartar la vista y tumbarme junto a Diego, intentando dejar a un lado aquel cosquilleo de mi estómago…

Por fin, Diego se despertó y estuvo desperezándose durante un rato, pero yo no podía dejar de pensar en el mimo. Ya se había marchado, pero era incapaz quitarme de la cabeza la forma ovalada de su rostro. Su mirada era magnética y todavía quedaba parte de ese magnetismo flotando en el aire y en mi interior. Nunca había sentido nada parecido, ni siquiera al observar las construcciones que crecían como majestuosos árboles de las calles empedradas de mi Madrid.

La primavera transcurría, y cada día Diego y yo hacíamos el mismo recorrido. Nos perdíamos entre el tráfico de la ciudad para descansar de la caminata entre las flores de El Retiro. Diego se sumía en su sueño mientras yo observaba a aquel mimo y fabricante de sonrisas. A veces, me devolvía la mirada, que parecía entre curiosa y alegre. Yo solía agachar la cabeza con timidez, pero en el fondo me sentía la chica más dichosa del mundo. El parque era un lugar más luminoso y feliz cuando él llegaba y charlaba con los más pequeños. Y, precisamente, yo me sentía así, como una niña pequeña que observaba la película más maravillosa del mundo. Para mí era eso, como una película, un fragmento de un sueño que revivía cada día en secreto. Cada vez que llegábamos, yo insistía en asentarnos en el mismo lugar de siempre y no respiraba tranquila hasta que no le veía llegar. Sabía que jamás me iba a cansar de ese pasatiempo.

21 de junio. El verano saludaba a la ciudad. Como todos los días, acudí a mi cita con el lago y sus historias. Estaba nerviosa, pues esa vez sería diferente. Ni siquiera me fijé en las azoteas de los rascacielos y lo único que mis ojos veían eran mis zapatillas, que pisaban la acera nerviosas y poco decididas. Por fin llegué a mi destino y atravesé las grandes puertas de hierro grisáceo con un familiar hormigueo en el estómago. Los arbustos nunca habían lucido tan verdes y bellos y yo nunca había estado tan excitada. Para empezar, esta vez  iba sola. Había dejado a Diego hacía apenas unos días y todo se me hacía muy raro y diferente, pero también esperanzador. Había acudido a mi cita casi con total normalidad, aunque no me sentaría en el mismo sitio de siempre.

Caminé por el arenoso sendero y llegué al rincón que tanto conocía. Por supuesto, él estaba allí. Me situé a unos metros del mimo de la dulce sonrisa, que en ese momento dedicaba unas muecas burlonas a unos gemelos pelirrojos que se reían a carcajadas. Sonreí para mis adentros, feliz de poder observarlo una vez más sin perder detalles al movimiento de sus manos y facciones. Sin ni siquiera esperarlo, él levantó la mirada y, antes de que yo bajara la mía, me hizo un gesto para que me acercara. Traté de pensar con claridad durante unos segundos. ¿Qué debía hacer? ¿No había acudido precisamente para eso? Con el corazón a mil por hora, finalmente me dirigí hacia él. Tenía un nudo en la garganta y muchas cosas qué decir a aquel desconocido que yo conocía tanto. Pero no hizo falta decir nada. El mimo me tomó la mano mientras sonreía y posó sobre ella una flor. Bueno, en realidad era un globo color rojo intenso en forma de rosa. Y al mirar sus ojos, supe que había tomado la decisión correcta cortando con mi pasado y dejándome llevar por mis impulsos. Él también me había observado todos esos días. Él también sentía lo mismo. Él también había imaginado mil historias con una desconocida. Él también se había dejado llevar por la magia de la ciudad. Te debo mucho, Madrid.

retiro

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Espero que os haya gustado y que no hayáis vomitado demasiado arco iris. No, en serio, enamorarse puede ser increíble, y más si sucede en una ciudad como mi Madrid (¡olé!). Dicho esto, ahora soy yo la que pone las normas, así que… toma nota, Jorge.

Esta semana quiero que volvamos a hablar sobre cine (qué raro, ¿no?) y que escribas un relato (límite 400 palabras) inspirado en el estilo de UNO de estos grandes directores:

– Alfred Hitchcock
Fue un maestro del suspense y conquistó Hollywood con el encanto de sus musas, deslumbrantes divas como Tippi Hedren y Grace Kelly. ¿Y si te marcas un ‘La ventana indiscreta’?
hitch

– Alejandro G. Iñárritu
Lo mismo te hace un drama helado como ‘The Revenant’ como una ácida sátira sobre el mundo del cine como ‘Birdman’. En lo que sus películas coinciden es en la preocupación por la estética y por el realismo, por hacer sentir partícipe al espectador mediante el uso de técnicas como el plano secuencia. Si te atreves con una historia más bien intensita
birdman

– Woody Allen
Las pelis de Woody Allen siempre dan hambre y ganas de viajar. ¿Tu relato también lo conseguiría?
midnight

P.D: Se me olvidaba otro requisito del reto. A riesgo de ser llamada egocéntrica, en tu relato tengo que aparecer yo. Sí, y tú también. Aunque sea como personajes secundarios, pero ahí tenemos que estar bajo las órdenes de uno de los grandes.

Hasta pronto.

Lidia

Cuando me casé con Rocío Dúrcal

¿Vosotros de verdad os acordáis de vuestros sueños? ¿Soy el único raro que pocas veces recuerda lo que sueña, o si lo recuerda, se le acaba olvidando? ¿Es una enfermedad, soy raro o es algo normal? Pocos días logro acordarme de mis sueños, y de los que recuerdo, pocos merecen la pena. Será porque tengo sueños muy costumbristas, o yo qué sé, pero por mi cabeza durmiente no pasan esos sueños bucólicos de las películas. Yo sueño incongruencias de la vida encuadradas en un contexto cotidiano, sueño que me caigo de una montaña rusa y me despierto, pero chico/a, yo ya no sueño como antes.

Los sueños de la infancia sí que eran sueños de verdad. Cuando soñé que volaba, cuando soñé que jugaba al escondite y establecíamos que el límite para esconderse era el metro de Murcia (qué cosas, ¿eh? Murcia con metro), o el sueño de los sueños, the dream of the dreams: cuando me casé con Rocío Dúrcal. Porque sí, lo reconozco. He sido un niño rarito y singular. Pero me hacía querer, de verdad. Y es que he de confesar que mi ídolo de la infancia, además de toda la primera edición de Operación Triunfo menos Juan, que cantaba raro, era Rocío Dúrcal. Yo era a la Dúrcal lo que las auryners a Blas Cantó. La descubrí en una de esas muchas tardes en las que mi abuela y yo veíamos Cine de Barrio. Emitían «La chica del trébol», y fue flechazo a primera vista. Mi decepción vino después, cuando descubrí que ya no era tan joven, estaba casada y se había pasado a la ranchera. Pero yo seguí siendo fiel a mis principios de amor y lealtad, y compré todos sus VHS. Miento, aún me falta alguno. Así que aprovecho para hacer un llamamiento cual Niña de Shrek y pedir los VHS que me faltan. También colecciono los de Marisol, pero menos.

Por supuesto, he tenido que decidirme por este grandioso sueño para el reto que Lidia Blonde Forever me proponía el pasado lunes. Así que, aquí os lo presento:

Aún no existía Instagram, pero Madrid aquel día tenía un filtro Nashville. La Plaza Mayor de Madrid, lugar del evento, no me preguntéis por qué, estaba a rebosar de gente vistiendo al más puro estilo Velvet. Yo estaba allí, de pie, con mi metro treinta y uno de altura, cortando la tarta como el que más. Y ella. ¡Ay, ella! Con su vestido blanco, abrochado hasta el cuello, su recogido sesentero y su sonrisa de ‘La chica del trébol’ inspiraba mucho amor. La ceremonia habría ido bien, supongo. Mi sueño no dio para tanto, pero la celebración estaba siendo impresionante. Las folclóricas de la época no habían querido perderse tal acontecimiento, y allí estaban todas, en fila, brindando por Augusto Algueró. Tras haber partido la tarta, todos, por supuesto, gritaron el horripilante pero divertido “que se besen”. Rocío me miró. Sonrió. Y nuestras caras cada vez se acercaron más. Ahora solo estábamos ella y yo. No hacía falta nadie más. El momento era intensito, solo nos separaban unos milímetros. Ya no quedaba nada, yo estaba preparando mis labios sin estrenar. Mi primer beso, y encima con la Dúrcal. Solo quedaba un último acercamiento que sellaría nuestros labios para siempre. Solo faltaba un¿QUÉ HA PASADO? ¿QUÉ HA SIDO ESE RUIDO? ¿POR QUÉ NO DEJA DE SONAR? ROCÍO, ¿DÓNDE ESTÁS?

-¡Vaya habitación, señorito! No puedo ni pasar la aspiradora. Sube la persiana y recoge los Playmobil.

Mi madre, oportuna como siempre.

No te lo perdonaré jamás, Manuela Carmena. Jamás.

(Esta frase me ha sonado tan antigua y machacada como el «ola k ase», pero encaja tanto…)

En fin, Lidia Baños, ¿te das cuenta de lo mala persona que podría ser ahora mismo? ¿Te das cuenta de que, en estos instantes, podría decirte que, como reto, tú también tienes que relatarnos un sueño? Tendrías que contarnos cómo es formar una banda de rock. Y más con ese naming tan simbólico como ‘Blue and Purple’. ¿Qué significaría? ¿Cómo sería vuestro primer single? (Yo lo sé). Vaya sueños, ¿eh?

Pero no, voy a ser bueno. ¿Cuánto hace que no te pido una historia de amor? Aún recuerdo cuando, hace siglos, por lo menos, leí tu historia sobre Andrew y Kate, en tu blog ‘Un paseo en Vespa’. Así que, esta vez, quiero que nos hagas sentir otra vez el amor inesperado. Pero esta vez en Madrid. Necesitamos que nos cuentes ese flechazo en algún bar de Malasaña, o las miraditas en el metro de Ciudad Universitaria. Pero en no más de 350 palabras.

Lo espero con ansia.

Jorge Abad.

Camilo elevado a la ‘sesta’

Definitivamente, no sé qué sustancias consume nuestro querido Jorge a la hora de mandarme los retos. Esta semana me toca escribir un relato de terror ambientado en el Madrid de los 90 y que incluya alguna referencia (¡¡atención!!) a Camilo Sesto. No sé qué puede salir de aquí.

– ¡Espera, Laura!

– No puedo. Llego tarde a comprar las entradas.

– P-pero…

Laura fingió no escuchar la chillona voz de La Pe. En realidad, ese no era su nombre. Ni siquiera se llamaba Penélope, sino María del Carmen. Pero es que la chiquilla se había obsesionado con Penélope Cruz desde que el año pasado vio ‘Jamón, jamón’ y ya nada se podía hacer por ella…

La cuestión es que Laura decidió ignorarla y alejarse a toda prisa de los grisáceos edificios de la Complutense. Tenía que llegar a Sol antes de las cinco para comprar las entradas y hasta había salido media hora antes de su clase de Literatura Medieval para llegar a tiempo. Esperaba que hubiera suerte.

Eran las seis de la tarde de un caluroso jueves de mayo de 1993. Laura ya podía respirar tranquila. ¡Por fin podría ir a un concierto de su ídolo, Camilo Sesto! Adoraba su voz, su sonrisa y, sobre todo, su pelazo. Y en tan solo ocho días podría estar a un par de metros de él. Nada podía salir mal. O, al menos, eso es lo que ella creía…

Era la primera vez que Laura visitaba la plaza de Las Ventas. No le importaba estar rodeada de personas que avanzaban a codazos y emitían chillidos estúpidos. Al final, su amiga María no la había podido acompañar al concierto y había tenido que acudir sola, pero ni siquiera le molestó. Estaba demasiado entusiasmada. Sin previo aviso, la gente empezó a gritar más de la cuenta y a ponerse nerviosa. No transcurrieron ni treinta segundos: Camilo Sesto no se hizo esperar.

Laura cantó y bailó todas las canciones durante las dos horas de concierto. Desde ‘Jamás’ hasta ‘Vivir así es morir de amor’, no había una sola letra que Laura no conociera. Se sentía flotando en una atmósfera celestial y pensaba que jamás conocería una felicidad más grande que aquella. Hasta que Camilo la miró, claro. Sus ojos se encuentran. Ella tiembla. Él sonríe. Y, entonces, ambos notan un extraño calambre en todo el cuerpo. Camilo grita y deja caer el micro. Laura también grita y tiene que cerrar los ojos y respirar profundo para calmarse. Los abre y ve que Camilo está muy desconcertado, pero recoge el micrófono, disimulando. Continúa el concierto con la profesionalidad que le caracteriza, aunque ya nada es igual. Algo ha pasado entre los dos y ninguno de ellos sabe qué. De pronto, Laura se queda paralizada. «No puede ser», se dice a sí misma. ¿Será posible que le haya pasado alguno de sus poderes al cantante de pop más importante de España?

Camilo llegó al hotel con sus pensamientos muy lejos de esa bonita (y extraña) muchacha del concierto. Tras desvestirse y darse un buen baño, decide irse a la cama. Pero hay algo en el ambiente que hace que se le erice el vello de la nuca. Sigiloso, entra con cautela en su habitación. No es que note una presencia, pero sí algo inusual. Pero… ¿qué? «Serénate», piensa en voz alta, «Eres el artista español más grande de todos los tiempos y ni el bobo Raphael puede contigo». Sí, esos pensamientos lo tranquilizan. Antes de zambullirse en su inmensa cama, se acerca al tocador, ya mucho más tranquilo. Enciende la luz mientras se acicala el pelo y se mira al espejo. «¡Dios mío!», grita. No sabe qué es lo que están viendo sus ojos. Un siniestro hombre le devuelve la mirada desde el espejo. Debe ser una especie de androide, o al menos así lo delata su rostro de plástico. El terror lo ha paralizado y ni siquiera puede retroceder. El macabro reflejo le dedica una artificial sonrisa. El miedo lo tiene tan preso que Camilo acaba identificando cierto parecido a él. Pero no puede ser. Cierra los ojos fuertemente, cuenta hasta diez y, al abrirlos, el extraño hombre ha desaparecido. Ahora solo está él mismo, observándolo con ojos vidriosos y la boca entreabierta. Camilo se arrepiente de haber sido tan cobarde y decide meterse en la cama de una vez por todas. Cierra los ojos, duerme y descansa sin sobresaltos durante toda la noche. Lo que no sabe es que la tímida fan que le miraba con nerviosismo en el concierto le ha transmitido su poder de premonición. Y él se acaba de encontrar en el espejo, nada más y nada menos, que con su yo del futuro.

camilo

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Terrorífico, ¿verdad? (Que conste que este relato va con todo mi cariño a Camilo Sesto). Y, como se me ha hecho tarde y tengo mucho sueño, no me voy a explayar más. Jorge, como sé que a ti también te gusta dormir, esta semana tu reto consiste en narrar en forma de relato algún sueño que hayas tenido alguna vez. Desde pesadillas y escenas graciosas hasta sueños húmedos, ¡todo vale! No sobrepases las 300 palabras y trata de ser fiel a la realidad de tu sueño.

Bye, bye, BYE!

Lidia

Kate y Leo. Leo y Kate

¿Existe algo más bonito que la amistad? Algunos dirán que el amor, y yo pregunto, ¿seguro?

Esta semana, Lidia Toilets me ha encargado un reto en el que, de cualquier manera, revele un momento de intimidad entre Leo DiCaprio y Kate Winslet, sonados amigos hollywoodienses. Pues bien, he tenido que reflejar uno de los momentos más tensos a la par que bonitos han tenido que vivir estos dos grandes del cine, y he decidido hacerlo en forma de guion. Las horas previas a los Óscar, año en el que ambos estaban nominados. ¿Qué puede salir de ahí? ¿Acabarán peleándose por ensayar su número en el espejo del baño del hotel? ¿Se declararán amor absoluto tras años y años de una larga amistad? Leed, leed…

  1. HABITACIÓN DE LEO. INTERIOR. TARDE.

Horas antes de la gala de los Óscar 2016, Kate Winslet recorre el pasillo de un lujoso hotel de Los Ángeles, enfundada en un ajustado vestido negro que le hace moverse con cierta torpeza cómica. Para ante la habitación de Leonardo DiCaprio y llama a la puerta. Leo abre.

KATE

Pero ¿todavía no te has vestido, hijo mío?

LEO

Mira, no me puedo ni anudar la pajarita. No me sale. No puedo. No voy a la gala.

KATE

Ay, chico, de verdad. Te pones de un tenso… Tómatelo con relajación, si sabes que vas a ganar.

Kate suspira y se adentra en la habitación de Leo con cierta chulería, manteniendo su limitación de movimiento a causa del vestido.

LEO

Que no voy a ganar.

Kate, sin dejarle terminar, se dispone a anudarle la pajarita.

KATE

Que sí vas a ganar. ¿Tú no te has metido en Internet en estos días? Y mira que a mí no me gusta. Internet, digo. Pero es que el mundo entero te está haciendo campaña. Vamos, que como no ganes, te digo yo que se arma. Yo, ¿ves? No. No voy a ganar. La Vikander lo ha hecho muy bien este año y yo creo que va a ganar ella. Que se lo merece, la cría, pero mi preferida es Rachel McAdams, las cosas como son.

LEO

¿Qué dices? Tiene que ganar Jennifer Jason Leigh. Vamos, ha hecho un papelón…

Kate golpea con cariño pero cierto enfado a Leo en el hombro.

KATE

¡Pero bueno! Tu favorita tendré que ser yo, ¿no? Que para eso estoy nominada.

LEO

Ah, claro. Bueno, en realidad es que definitivamente tú no te lo vas a llevar.

Ambos ríen.

KATE

Bueno, y digo yo que me dedicarás unas palabras en el discurso, ¿no?

LEO

¿Me las dedicarás tú a mí?

Kate le mira con cara de irónica indignación.

KATE

¿Perdona? ¿Se te ha olvidado el momento Golden Globes en el que solo me faltó pedirte matrimonio?

LEO

Cierto. Bueno, pero que no voy a ganar, así que no te ilusiones. Yo qué sé… Y si gano, en los Óscar dan muy poco tiempo para el discurso, y es mucha gente…

KATE

Bueno, pues si ganas, me haces un gesto, un guiño o un algo. Y si gano, yo te lo hago a ti.

Leo se sienta, nervioso, en la cama. Su cara hace evidente su preocupación y su miedo. Kate se da cuenta, y se agacha frente a él.

KATE

Mira, ¿sabes qué? No me hagas ningún gesto. Ni estés pendiente de nada ni de nadie. Simplemente disfruta. Ganes o no ganes, aunque vas a ganar. Pero disfruta. En tu discurso de ganador, olvida todo lo que tengas preparado, y habla solo de lo que te salga de dentro. Yo estaré ahí, al pie del escenario, esperando para abrazarte y robarte el Óscar.

Ambos ríen. Se abrazan.

LEO

¿Y si no gano?

KATE

Tranquilo, tengo preparada una carpeta llena de memes.

Vuelven a reír. Kate se levanta, besa a Leo en la frente y se dispone a abandonar la habitación. Se detiene en la puerta, y dedica a Leo una última mirada de complicidad.

KATE

Te estaré vigilando.

Desaparece tras la puerta.

Amo a Kate Winslet. Y si es tan maja como en esta escena, más.

Reitero lo dicho. La amistad es muy bonita. Y yo, que soy un buen amigo de mis amigos, voy a ser BUENÍSIMO con mi querida Lidia en su próximo reto. Para la próxima semana quiero que nos deleites con uno de los géneros con los que más disfrutas escribiendo, leyendo y viendo películas: el terror. Aunque periódicamente te encargues de recordarnos lo rarita que eres a veces escribiendo relatos en tu blog ‘Dosis de terror‘, esta vez quiero que lo hagas por aquí. En menos de 300 palabras. Con una historia ambientada en el Madrid de los 90. Y ya estarías totalmente sobresaliente si en algún momento de tu relato, aunque fuese poco relevante, incluyeses algo referente a Camilo Sesto, alguien que ya por sí mismo da bastante miedito.

Por hoy, nada más.

Saludos.

Jorge Abad

 

 

 

 

 

 

(Sexo) bajo el mar ♫♪

Sus ojos, inundados de deseo, estaban clavados en mí. Me hubiera ruborizado, pero él no me dio tiempo. Su boca ya se deslizaba por todo mi cuerpo y a mí solo me quedaba suspirar, deseando en mi interior que ese momento fuera eterno. Me preguntaba si mi mirada parecería tan hambrienta como la suya… Me buscaba con sus manos y sus labios y yo me dejaba encontrar. Hasta el punzante tacto de la arena en mi piel me resultaba excitante. Yo ya no sabía si la sal de su lengua provenía del mar o de él mismo. Ya no me quedaban fuerzas ni para respirar, y ni mucho menos para gritar su nombre. Y, entonces, cerré los ojos y millones de luces de colores parpadearon. Subí alto y, después, caí. Me dejé mecer por la brisa marina mientras trataba de recuperarme. Él se dejó caer sobre mi pecho jadeante y húmedo. Con la vista puesta en el oleaje, sonreí. Había merecido la pena visitar a Úrsula tan temprano para que me concediera unas piernas. Definitivamente, a quien madruga, Dios (o Poseidón) le ayuda.

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Seguramente os estáis preguntando qué narices acabéis de leer. Bien, pues se trata de un intento de relato erótico, cumpliendo así el reto que me propuso Jorge la semana pasada. Y sí, he elegido unos protagonistas Disney porque hasta ellos tienen sus momentos de lujuria. Seguro que ya no volvéis a mirar a Ariel y Eric del mismo modo, ¿eh?

Dicho esto, ahora me toca a mí retar a Jorge y bien es cierto que yo también podría ser mala como él. Pero no, no lo voy a ser, aunque reconozco que me voy a dar un capricho y hablar sobre Leonardo DiCaprio. Porque, señores, como bien sabéis POR FIN ha ganado un Óscar. Jorge y los que me conocéis sabéis que ese ha sido mi monotema desde que supe que estaba nominado por ‘The revenant’, pero prometo que a partir de ahora no seré tan pesada (no). Sin rodeos: el reto de esta semana tiene que ver con Leonardo DiCaprio. Lo que quiero que Mr. Abad escriba es un relato sobre la amistad entre Leo y la maravillosa Kate Winslet. Puede ser una historia graciosa, tierna, intrigante… Aunque debe ser inventada, puede centrarse en momentos reales como la fiesta post-Oscars de este año, el rodaje de ‘Revolutionary Road’, etc. Haznos amarlos más, Jorge (si es que es posible ♥).

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CU soon!

Lidia