James Cameron también es ministérico.

Un lunes más (casi martes, I’m sorry), toca afrontar un nuevo reto de la pequeña y rubicunda Lidia. Un reto que me ha costado lo que no está escrito resumir en 300 palabras, y que no descarto extender en mi blog en varios posts (avisados quedáis). Pero también ha sido un reto con el que he disfrutado muchísimo, porque, como diría una maruja mientras tiende la ropa y controla que los garbanzos se cuezan en la olla: qué me gusta a mí una buena película.

Y es que James Cameron nos contó que Rose, discusiones aparte con la maldita puerta en la que también cabía Jack, logró sobrevivir, hacerse mayor y poder ser una buena alfarera amateur. Sin embargo, su náutico amante no pareció correr la misma suerte. ¿O sí? Compruébenlo ustedes mismos

Aquel día estaba bastante nervioso. Era mi primer día como funcionario. Mi primera y única misión era encontrar a Rose e impedir que conociese a un millonario español que, según decían en el Ministerio, pretendía enamorarla y así robarle el único recuerdo que conservaba del Titanic. Le Cœur de la Mer, la joya que había puesto en entredicho nuestro amor, pero que ni siquiera un naufragio había podido quebrantar.

Aún recuerdo cuando desperté en aquella blanca habitación de La Paz, con una imponente mujer rubia mirándome, esperando impaciente a que recuperase la conciencia. Decía llamarse Irene Larra y, aunque su acento era español, hablaba un perfecto inglés. Según ella, el único objetivo por el que había sido rescatado de aquel hundimiento fue éste, unirme al cuerpo de funcionarios del Ministerio del Tiempo del gobierno español para esta misión especial que cambiaría la historia del país. No podía negarme. Y menos sabiendo que mi fin era salvarla. Poder volver a verla. Volver al pasado. Incumplir las leyes de la física. Quererla hasta el final. Esa sería mi recompensa.

Atravesé la puerta que me llevaría a Los Ángeles de 1921 y fue entonces cuando la vi. Su larga cabellera pelirroja ahora era más clara, y estaba recortada en una rizada melena. Pero seguía siendo igual de hermosa. Sus ojos seguían transmitiendo esa magia.

De pronto ella me miró. Fue como un segundo flechazo. Parecía impensable que la vida hubiese decidido darnos una segunda oportunidad. Ella parecía no creérselo. Su cara de desconcierto pedía a gritos una explicación. Seguro que sabía que era yo, Jack, nadie podía mirarla como yo lo hacía. El mundo parecía haberse parado, pero fue cuestión de segundos lo que tardamos en fundirnos en un cálido beso en mitad de aquella avenida. Un beso que jamás volvería a separarnos.

Sí, James Cameron es ministérico. Y yo también.  Una pena que la señora Lidia Baños a.k.a. Lidiadean sea tan malvada de limitarme a 300 palabras. Pero hay veces que las historias más bonitas solo necesitan un poco de amor. Y esta, creo que tiene un poco bastante (nivel de insulina por las nubes en 3, 2, 1…).

Pero bueno, ahora es cuando yo disfruto de mi venganza proponiendo un reto que, sin duda, le va a ser muy difícil superar a nuestra Barbie periodista.

Todos sabemos que siempre has sido una filósofa digna de publicaciones en Twitter como las de @ifilosofíaPor ello, quiero que te pongas en modo Platón On, y escribas un texto que consiga transmitirnos una enseñanza moral.La que quieras. Todo muy rollo ‘El Alquimista‘, que por cierto, me recomendaste tú.

Venga, va. Esta vez seré generoso con un límite de 300 palabras, que parecen muchas, pero, por experiencia os digo que no lo son.

Por hoy, nada más. 😛

¿Nos leemos? Un saludo.

Jorge Abad.

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(Lidia este jueves)

*Cabe recordar que, obviamente, los personajes de este relato están sacados de la película Titanic, dirigida por James Cameron, y de la serie española El Ministerio del Tiempo, de Javier y Pablo Olivares. Esto es simple diversión.

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